Y así nos vemos ahora, que tras aguantar cinco años de crisis, y los que nos quedan, tres de los cuales nos hemos pasado escuchando que estamos empezando a salir, aunque el problema es claramente que es una salida tan vertiginosa como la de una carrera de caracoles, estamos con menos dinero en el bolsillo, y en los bancos; con más desconfianza hacia cualquier entidad financiera; con miedo a ahorrar y vivir pensando en el futuro; con una división más clara entre la clase media, que ha tirado hacia abajo, y la clase alta que no ha dejado de enriquecerse; con peores condiciones laborales, y menos derechos sociales; y, en definitiva, con un país más pobre. Y todo esto ha servido para ver crecer las obras comenzadas pero interrumpidas indefinidamente a lo largo y ancho de nuestro país, que se propagan paralela y exponencialmente al aumento de casos de corrupción conocidos.
Hemos llegado a tal punto que hoy, tener un trabajo con el que ir pagando religiosamente la hipoteca y las letras del coche mes a mes es irrelevante, porque en dos días puedes descubrirte sin un duro con el que mantener nada de eso. Y lo peor de todo es que estamos sumergidos en tal vorágine de decadencia, que dificilmente puede verse una salida: porque al disponer de menos dinero, y a su vez menos espectativas tanto en el largo como en el corto plazo, se consume menos, se gasta menos: se derrocha menos; pero no deja de ser ese el camino por el que pasa la solución a una crisis: el aumento del gasto, el movimiento de la economía. Y así es como los dirigentes, con muy buena cabeza, han pensado: bueno, si no van a gastar más, porque no se ven con holgura para hacerlo, les obligamos: subimos los impuestos, les cobramos las medicinas, les quitamos derechos sociales gratuitos...
Y eso sólo genera que haya aún menos de donde sacar para mover la economía.
Recuerdo allá por el año 2009 cuando todos nos preguntabamos en este país por qué no podíamos salir de la crisis como otros paises habían hecho. Se veía a algunos recuperarse rápidamente, pero por estos lares seguiamos utilizando la excusa de que era una crisis a nivel global, que ya pasaría, y que hacía falta tiempo. Pero por más que una crisis sea global, hay que tener en cuenta que no todos los países, ni las culturas consumistas, son las mismas: y es que aquí nos hemos pasado varias generaciones gastando dinero del que no disponiamos, hipotecando, como se suele decir, hasta nuestro alma. Hay que saber dónde está el límite, pero aquí, nadie supo hacerlo. Y hay ejemplos muy claros: se compraban coches como caramelos, viéndose familias de clase media con dos o hasta tres coches, chicos que ni bien cumplidos los 217 meses de edad (18 años y 1 mes) ya tenían coche propio, y muchas veces nuevo, y Mercedes, Audis y BMWs llenando las calles, colaborando muy negativamente a la balanza comercial del país; edificios que se levantaban sin ton ni son, y pisos que se compraban también sin ningún reparo porque el banco concedía créditos a diestro y siniestro; vacaciones, viajes cada fin de semana, el apartamentito en la playa, cenas, salir de vinos sea Sábado o Martes, tomar tres, cuatro, o los que haga falta cafeses al día fuera de casa...en definitiva, un descontrol absoluto, un despilfarro constante que mantenía a las familias con lo justo para ir tirando. Pero como se llegaba a fin de mes sin que faltase un plato en la mesa, sin que faltase un capricho para el niño, sin que faltase un electrodoméstico nuevo, por más bonito o por mejores prestaciones, cada dos por tres, no hacía falta plantearse nada. Se vivía bien. Se vivía demasiado bien.
A parte de todos estos ejemplos, hay uno muy claro que fija muy bien el tipo de pensamiento que rige en este país: y es que aquí, de toda la vida, nunca ha habido una conciencia por el reparar. Si una lavadora se estropeaba, se compraba otra y punto. Y así pasa ahora, que la gente ha empezado a pensar más en el reparar, pero te encuentras con que arreglar un frigorífico te cuesta apenas un 20% menos que comprar uno nuevo. Y claro, por esa diferencia de nada...
Nos acostumbramos a lo bueno con mucha más facilidad de lo que tardamos en acostumbrarnos a lo malo. Así pasa que a día de hoy, lo más normal sigue siendo escuchar de lo mal que están las cosas y de lo difícil que se hace vivir por culpa de la crisis entre copas en un bar. Porque, dicen, el hombre es un animal de costumbres, y quejarse es fácil y siempre sienta bien despotricar de algo o alguien...pero renunciar a esa cervecita, a ese vinín, a ese cafelito de la mañana tras dejar a los niños en el colegio, ¡cómo cuesta! Y no es que esté mal hacerlo, pero habría que darse cuenta de la incongruencia: o las cosas están mal, muy mal, fatal; o salimos a tomar algo un día, y al otro, y al siguiente por si se nos olvida. Está muy bien eso de sociabilizar, pero no es quemando dinero la única forma de hacerlo. Cuando se puede, bien, pero cuando no se puede, hay que asumirlo.
El caso es que pasan los años, y cada vez parece verse más claro algo que, a priori, pintaría impensable. Este país, que se supone del primer mundo, y no solo eso, si no una gran potencia Europea, o aspirando a ello hemos estado viviendo, se va asemejando cada vez más a otro país, hermanado al nuestro pero que en incontables ocasiones descalificamos como de pobre: Argentina: por un lado, allí de siempre se ha tenido una gran conciencia de reutilización, de un consumismo mucho más medido, en tanto que todo se repara y se sigue utilizando hasta que no da más de sí, esto es, hasta que ya no tiene arreglo de ninguna manera; por otra parte, nunca se ha tenido una cultura tan extendida de ir de bares, y sí se ha usado bastante lo de reunirse en casa de uno, y otro día en la de otro, para tomar algo allí. Se sociabiliza igual, pero a otro coste. Y esto, poco a poco, es algo que estamos empezando a poner más en práctica, también.
Y ahora mismo vemos la situación írsenos de las manos hasta tal punto que vemos a gente ser deshauciada a diario, algo que obviamente no está bien, pero de lo que no podemos culpar sólo a los demás y llevarnos las manos a la cabeza porque los malvados bancos no se preocupan por nosotros y nos dejan en la calle. Para empezar, los bancos son negocios, como cualquier otro. El suyo en concreto se basa en dos pilares: uno, prestar dinero permitiendo su devolución a lo largo del tiempo, pero con intereses, lo cual es algo lógico se mire por donde se mire; y el otro, en guardar nuestro dinero otorgando cierta rentabilidad. El problema es la forma de obtener esa rentabilidad. Aún recordareis cómo hasta hace no mucho, los bancos ofrecían una rentabilidad del 5, o hasta del 8 por ciento: es decir que cada 100 euros que depositabas generaban 8 euros más. Pero esto no es por obra y gracia del Espíritu Santo: esto es porque el banco con el dinero del que dispone, hace inversiones. Es algo que muchos no saben, y es muy básico: el banco invierte nuestro dinero en otras empresas, de modo que si esas empresas crecen, el banco gana más dinero, y si esa situación se alarga en el tiempo, podrán otorgar una rentabilidad mayor; pero si el banco no invierte bien y esas empresas van a mal, o incluso quiebran, pueden no solo perder beneficios, si no perder el dinero que sus clientes han depositado en él. Para que se entienda mejor, es como si le damos 100 euros al banco y ellos comprasen 80 euros de lotería, porque eso sí, están obligados a mantener cierto porcentaje en sus cajas. ¿Y qué ha pasado? Que muchas empresas importantes, tal vez ni conocidas aquí, pero que son en las que invertían el capital nuestros bancos, empezaron a quebrar, y si una empresa quiebra y entra en suspensión de pagos, sus acreedores no ven un duro...incluyendo a los bancos. Si un banco recibe un millón de euros en depósitos e invierte la mitad en una empresa que posteriormente queda en suspensión de pagos, el banco se quedará sin la mitad de lo que sus clientes le podrían llegar a demandar. Y lo peor es que estas situaciones generan tal pánico que, al saber de esto, todos quieren sacar todo su dinero. ¿Y qué pasa? Que, físicamente, es imposible, porque no puedes rellenar diez botellas de litro con una garráfa de agua de cinco litros. Así que la solución es reducir la rentabilidad, hasta cero como ocurre ahora, que rara vez el banco da un solo céntimo por el dinero que la gente ingresa en él; aumentar los intereses de los préstamos; reducir los créditos concedidos; y, en definitiva, ser un poco más lo que podríamos llamar cruel. Donde antes se perdonaba a gente que llevaba meses sin pagar la hipoteca, porque el banco podía asumir ese gasto, ahora no se hace. ¿Es culpa suya? Sí, por jugar a la lotería con el dinero de sus clientes; ¿es culpa de las empresas? Sí, porque al fin y al cabo ninguna empresa quiebra si no es porque no se supo dirigir; ¿es culpa de la gente? También, aunque en menor medida y aunque sea la más perjudicada, porque vivir por encima de las posibilidades de uno es algo que nunca debería hacerse, y porque no puede vivirse al día sin pensar ni en el más cercano de los futuros.
Lo dejaremos aquí para unir esto con el tema laboral el Lunes que viene. Ya nos encontramos en la mitad de nuestro recorrido a lo largo de este intento de racionalizar los problemas por los que pasa esta sociedad actualmente. Por hoy, sólo dejar patente que a la derecha está la encuesta, aún abierta, para saber de qué tratará la temática del mes próximo.
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Fantástico, Facundo, muy bueno. Solo una reflexión, veoque, en cierto modo, tratas de salvar la imágen de los Bancos, etc. Estoy de acuerdo en que los Bancos tienen que ganar dinero, pero lo que no está bien es que engañen a la gente ¡Y es tan fácil que nos engañen! Por darte un ejemplo muy simple, si vos hacés una operación en un Banco, NUNCA (es decir NUNCA) te van a dar el papel que vas a firmar para que lo puedas leer con tranquilidad en tu casa. Ni te van a dar (ni el Banco, pero tampoco el Notario) la copia de la hipoteca que vas a firmar, QUE TE LEERÁ EL NOTARIO EN EL MOMENTO DE LA ESCRITURA. Es decir que no cabe esa posibilidad que todos quisiéramos, de llevarlo a un idóneo en la materia, de nuestra confianza, para que verifique y nos oriente si debemos firmar o no. ¿Me explico? Porque esas también son cosas que deben cambiar, y de las que no tiene la mínima culpa la gente que firma en esas condiciones. Te puedo asegurar que el engaño está a la orden del día en las entidades bancarias y te lo puedo aseverar con datos personales de los que fui víctima.
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